Recordar el Milagro
“La Eucaristía no es algo, es Alguien. Es Cristo Salvador que nos salva en cada momento” (Congreso Eucarístico de Sevilla-Texto de base).
“El día del Milagro te apareciste como el Señor, el maestro…Te apareciste a la Sagrada Familia y le mostraste tu gloria a través de una radiante luz…Como a los apóstoles, después de la resurrección, con tu mano señalabas el corazón como fuente de paz y de todo bien…”(P. Lemius).
Cuando Dios se da a conocer, se deja ver y oír. Milady Peychaud, no le vio, le oyó. Como escribe E. Levinas, “la palabra es como un rostro”. “La palabra del otro viene de arriba” . No está a nuestro nivel. Hay que escucharla como una revelación. Las palabras no tienen existencia real. Existen en el uso que se hace de ellas. Existen cuando se las pronuncia, dirigidas a alguien o compartidas.
El 3 de febrero de 1822 Milady Peychaud oyó al Señor que le decía:
“Los honores y la estima de los hombres no son más que humo, y Yo soy el que soy; su amistad es como el polvo, y Yo soy el que soy; las riquezas, los placeres, son barro, y Yo soy el que soy y sólo Yo soy”.
En la Escritura “yo” significa “Dios salva” y es uno de los nombres de Dios. El milagro eucarístico del 3 de febrero nos sumerge en el Misterio de Salvación. Jesús bendiciendo es el Dios que nos salva. Escuchar al Señor, caminar iluminados por su Palabra, es escoger la vida.
Si Jesús bendiciendo nos transmite el don del Padre, nuestra oración también debe pasar por Él. Su Palabra moldea nuestra vida y podemos ofrecernos con Él al Padre. Si recordamos un pasado definido, las palabras de Jesús que escuchó Milady Peychaud , son como una prescripción que informa nuestro presente y abre nuestro futuro.
En la bendición milagrosa del 3 de febrero de 1822, Jesús nos habla, y nos pide una respuesta: la alabanza. Su manifestación escapa a toda expresión verbal porque supera todo pensamiento y al mismo tiempo está en su origen: “Lo que no se puede decir con palabras hay que expresarlo de algún modo” (J.L.Marion)
“Explicar los motivos de este prodigio y los detalles que encierra, sería ir demasiado lejos: no nos pertenece penetrar los designios de Dios debemos adorarle siempre, aún cuando no podamos percibir el fin que se propone”. (P.B. Noailles)
El verdadero recuerdo, es una eterna profundización, escribe Marcel Jossue. Es, esencialmente, atención y la atención es, sobre todo, recuerdo. Recordar el milagro eucarístico del 3 de febrero de 1822, es responder a Aquel de quien nos viene todo, es glorificar a Dios amándolo, publicando sus alabanzas y cumpliendo su voluntad. Nuestra alabanza, es la gratuidad del impulso generoso de nuestros corazones hacia el Señor que nos ha llenado, con creces, superando nuestra esperanza.
“Os alabamos ¡oh solo Dios!, Dijisteis en la zarza que ardía y lo volvisteis a decir en la aparición: Yo soy el que soy y sólo Yo soy. Creemos y proclamamos que todo es vanidad que sólo vos sois el ser, el todopoderoso, la sabiduría, el amor, la perfección infinita, Os alabamos ¡Oh solo Dios! (P. Lemius).
El milagro eucarístico nos invita a valorar el don recibido con sencillez, humildad, alegría y amor. Dar gracias, es confesar nuestra radical dependencia; “del Señor esperamos la vida”. (Salm 22) Esta dependencia que conduce a la acción de gracias es el centro de todas nuestras celebraciones Sagrada Familia.
Cuando Dios actúa, su acción es de siempre y para siempre. Es un eterno presente, y cada momento es el de su de su gracia y su visita, plenitud de gracia si lo acogemos en la riqueza de su presencia. El Señor vino para bendecir a la Familia espiritual de Pedro Bienvenido Noailles, y a derramar sobre ella la dicha y la paz, para animarla a avanzar en la misión de testimoniar que la comunión es posible.
Cuando Dios actúa, su acción es de siempre y para siempre. Es un eterno presente, y cada momento es el de su de su gracia y su visita, plenitud de gracia si lo acogemos en la riqueza de su presencia. El Señor vino para bendecir a la Familia espiritual de Pedro Bienvenido Noailles, y a derramar sobre ella la dicha y la paz, para animarla a avanzar en la misión de testimoniar que la comunión es posible.
“Somos vuestra familia, vuestra herencia, ¡bendecidnos!. Nos habéis bendecido con una bendición milagrosa…no habéis cesado de bendecirnos y de esta bendición han surgido ríos de gracia y torrentes de milagros…” (P. Lemius).
Comunidad de La Solitude
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