Carta de Kenia
Hermano Alois 2009
http://www.taize.fr/es_article7816.html
Por todo el mundo, la sociedad y los comportamientos se están modificando rápidamente. Posibilidades prodigiosas de desarrollo se multiplican pero aparecen también inestabilidades que acentúan las inquietudes ante el futuro. [1]
Para que el progreso técnico y económico vaya a la par con una mayor humanidad, es indispensable buscar un sentido más profundo a la existencia. Frente al cansancio y al desconcierto de muchos, se plantea la cuestión: ¿de qué fuente vivimos?
Desde siglos antes de Cristo, ya el profeta Isaías mostró una fuente cuando escribe: «Los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, corren sin cansarse y marchan sin fatigarse.» [2]
Son más numerosos que otras veces los que no encuentran esta fuente. Incluso el nombre de Dios se ha cargado de malentendidos o ha sido completamente olvidado. ¿Habría una relación entre este oscurecimiento de la fe y la pérdida del gusto por vivir?
¿Cómo desobstruir en nosotros la fuente? ¿No será estando atentos a la presencia de Dios? Ahí podemos sacar esperanza y alegría. Entonces la fuente mana de nuevo y nuestra vida adquiere sentido. Llegamos a ser capaces de asumir nuestra existencia: recibirla como un don y entregarla por nuestra parte a los que nos son confiados.
Incluso con una fe muy pequeña se realiza una transformación: ya no vivimos centrados en nosotros mismos. Abriendo a Dios las puertas de nuestro propio corazón, preparamos también el camino de su venida para muchos otros.
Asumir nuestra existencia
Sí, Dios está presente en cada uno, creyente o no. Desde su primera página, la Biblia describe con una gran belleza poética el don que Dios hace de su aliento de vida a todo ser humano. [3]
Por su existencia sobre la tierra, Jesús ha revelado el infinito amor de Dios por cada persona. Entregándose hasta el extremo, ha puesto el sí de Dios en lo más hondo de la condición humana. [4] A partir de la resurrección de Cristo, ya no podemos desesperar del mundo o de nosotros mismos.
Desde ese momento, el aliento de Dios, el Espíritu Santo, nos ha sido dado para siempre. [5] Por su Espíritu que habita en nuestros corazones, Dios dice sí a lo que somos. No podemos dejar de escuchar estas palabras del profeta Isaías: «El Señor encontrará en ti su placer, y tu tierra será desposada. » [6]
Consintamos entonces en lo que somos o no somos, hasta asumir aquello que no hemos elegido, pero que forma parte de nuestra vida. [7] Atrevámonos a crear incluso a partir de lo que no es perfecto. Y encontraremos una libertad. Incluso sobrecargados, recibiremos nuestra vida como un don y cada día como un hoy de Dios. [8]
Impulsados para ir más allá
Si Dios está en nosotros, también Él va delante de nosotros. [9] Nos toma tal como somos, pero nos lleva también más allá de nosotros mismos. A veces viene a perturbar nuestra existencia, a trastornar nuestros planes y proyectos. [10] La vida de Jesús nos introduce en esta perspectiva.
Jesús se dejaba conducir por el Espíritu Santo. No cesaba de referirse a la presencia invisible de Dios su Padre. Ese es el fundamento de su libertad, que le condujo a entregar su vida por amor. En él, relación con Dios y libertad no se oponen jamás sino que se refuerzan mutuamente. [11]
En todos nosotros se encuentra el deseo de un absoluto hacia el cual tendemos con todo nuestro ser, cuerpo, alma, inteligencia. Una sed de amor arde en cada uno, desde los niños pequeños hasta los ancianos. Ni siquiera la más grande intimidad humana puede apagarla completamente.
Estas aspiraciones, las sentimos a menudo como ausencias o un vacío. A veces pueden llevarnos a la dispersión. Pero lejos de ser una anomalía, forman parte de nuestra persona. Son un don, pues contienen ya la llamada de Dios a abrirnos.
Entonces cada uno es invitado a interrogarse: ¿qué pasos se me pide dar ahora? No se trata necesariamente de « hacer más ». A lo que somos llamados es a amar más. Y como el amor tiene necesidad de todo nuestro ser para expresarse, hemos de buscar, sin demorarnos un minuto, cómo estar atentos a nuestro prójimo.
Lo poco que podamos, hemos de hacerlo
Ayudarnos mutuamente a profundizar en la fe:
Demasiados jóvenes se sienten solos en su caminar interior. A dos o tres personas ya les es posible ayudarse mutuamente, compartir, orar juntos, incluso con los que dicen estar más próximos a la duda que a la fe. [12]
Este compartir encuentra un gran apoyo si se integra en la Iglesia local. [13] Ella es la comunidad de comunidades, donde todas las generaciones se encuentran y donde las personas no se han escogido. La Iglesia es la familia de Dios: comunión que nos saca del aislamiento. Ahí somos acogidos, ahí el sí de Dios a nuestra existencia se actualiza, ahí encontramos el consuelo indispensable de Dios. [14]
¡Si las parroquias y los grupos de jóvenes fueran ante todo lugares de bondad del corazón y de confianza, lugares acogedores donde estamos atentos a los más débiles!
Rebasar las barreras de nuestras sociedades:
Para participar en la construcción de una familia humana más unida, ¿no es una de las urgencias mirar el mundo « desde abajo »? [15] Esta mirada implica una gran simplicidad de vida.
Las comunicaciones se hacen cada vez más fáciles pero al mismo tiempo las sociedades permanecen compartimentadas. El riesgo de la indiferencia recíproca no cesa de crecer. ¡Rebasemos las barreras de nuestras sociedades! ¡Vayamos hacia los que sufren! ¡Visitemos a los que han sido dejados de lado, maltratados! ¡Pensemos en los inmigrantes tan cercanos y sin embargo a menudo tan lejanos! [16] Allí donde el sufrimiento crece, se ve frecuentemente multiplicarse proyectos concretos que son otros tantos signos de esperanza.
Para luchar contra las injusticias, las amenazas de conflictos y favorecer un compartir de los bienes materiales, es indispensable adquirir competencias. La perseverancia en los estudios o en una formación profesional puede ser también un servicio a los demás.
Si hay pobrezas e injusticias escandalosas que saltan a la vista, hay también pobrezas menos visibles. La soledad es una de ellas. [17]
Los prejuicios y malentendidos se transmiten a veces de generación en generación y pueden conducir a actos de violencia. Hay también formas de violencia aparentemente anodinas, pero que causan estragos y humillaciones. La burla es una de ellas. [18]
Donde estemos, busquemos, solos o con otros, algunos gestos que realizar en situaciones de dificultad. Descubriremos así la presencia de Cristo incluso allá donde no lo hubiéramos esperado. Resucitado, está ahí, en medio de los humanos. Va por delante de nosotros por los caminos de la compasión. Y ya ahora, por el Espíritu Santo, renueva la faz de la tierra.
[1] En muchos países, a pesar del crecimiento mundial y las esperanzas de desarrollo, los barrios de chabolas aumentan su extensión en lugar de disminuir y el paro golpea duramente, especialmente a los jóvenes. En África, la rapidez del progreso técnico amenaza con sofocar el sentido de las maduraciones lentas, tan fecundas en la vida tradicional. Por otro lado, la solidaridad familiar y étnica se debilita. ¿Cómo devolver a la vida este valor y ensancharlo más allá de los límites de la familia y las etnias? Esto contribuiría a disminuir el número de jóvenes que parten, atraídos por países donde el nivel de vida es más elevado, sin que puedan siempre medir las consecuencias de tal decisión.
[2] Isaías 40,31. Ya en el tiempo en que esta palabra fue pronunciada, el cansancio era una realidad: « Yo me decía: me he fatigado en vano, para nada he gastado mis fuerzas. » (Isaías 49,4) Y aún más: « Los jóvenes se fatigan y se cansan, llegan los jóvenes a vacilar. » (Isaías 40,30). Pero el profeta reaviva la esperanza: « El Señor es un Dios eterno, da fuerza a los fatigados. » (Isaías 40,28-29)
[3] Es verdad que tantos obstáculos amenazan con sofocar la vida: injusticias, violencia entorno a nosotros, el espíritu competitivo, nuestros errores, el miedo o una cierta cerrazón frente al que es diferente, una falta de estima de nosotros mismos…
[4] En vastas regiones de África, por ejemplo entre los cristianos Masai, se ve a Cristo como un hermano mayor. Esto se corresponde con una expresión de los primeros cristianos: Cristo es « el primogénito de un gran número de hermanos y hermanas» (Romanos 8,29). Por su muerte y resurrección, Jesús transciende las solidaridades familiares y étnicas (ver Colosenses 1,18-20).
[5] En las lenguas bíblicas, « aliento » y « espíritu » son una misma palabra. Los profetas han anunciado que, por el Espíritu Santo, Dios mismo habitará en el ser humano (Ezequiel 36,26-27). Por la venida de Cristo, por su muerte y resurrección, el Espíritu Santo se da « sin medida » (Juan 3,34). Desde entonces, el Aliento de Dios está en continua actividad en la humanidad, para que un día ella llegue a formar un solo Cuerpo en Cristo.
[6] Isaías 62, 1-4.
[7] Asumir las realidades presentes no significa aceptarlo todo, ni sufrir pasivamente los acontecimientos. Podemos ser conducidos a resistir una situación injusta o a denunciarla.
[8] Uno de los primeros libros de hermano Roger llevaba por título Vivir el hoy de Dios (1958). Hermano Roger estaba convencido de la importancia para los creyentes de estar plenamente presentes en la sociedad actual, y a no vivir en la queja y la nostalgia del pasado o en una huida hacia un futuro ilusorio. Sólo en el momento presente podemos encontrarnos con Dios y vivir de él.
[9] Un cristiano africano, san Agustín, escribía esta oración en el siglo IV: “Tú me eras más íntimo que mi propia intimidad y más elevado que mis cumbres.” (Confesiones Libro III, 6.11)
[10] « Mis planes no son vuestros planes », dice el Señor (Isaías 55,8). La Virgen María también ha consentido en ir más allá, incluso ante la incomprensible muerte de su hijo, creyendo que Dios es fiel a su promesa de vida.
[11] En el Sínodo de los Obispos de octubre de 2008 en Roma, el cardenal Danneels, arzobispo de Malinas-Bruselas, declaró: « La fuerza de la palabra implica la libertad de la respuesta por parte de quien la escucha. Este es precisamente el peculiar poder de la Palabra de Dios. Ella no elimina la libertad del que la escucha, sino que la fundamenta. »
[12] Jesús dijo: « Cuando dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. » (Mateo 18,20)
[13] Los primeros cristianos « eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la comunión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones. » (Hechos 2,42) En África, como en América Latina y en ciertos países de Asia, los cristianos se reúnen no sólo en las parroquias, sino también en pequeñas comunidades eclesiales por barrios y pueblos. Oran juntos y se sostienen mutuamente. Hay un calor humano y un compromiso personal de cada uno que contribuye a hacer de la Iglesia un auténtico lugar de comunión.
[14] En África, se ve la Iglesia a menudo como la familia de Dios, y Dios como una madre que consuela. Ya el profeta Isaías escribía: « Dios dice: como aquel a quien su madre consuela, así os consolaré yo. » (Isaías 66,13) Ver también Isaías 49,13-15. Contemplar a la Iglesia con esta mirada nos estimula a buscar su unidad. No podemos resignarnos pasivamente a que la familia de Dios permanezca dividida en múltiples confesiones.
[15] El teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer pertenecía a un medio bastante privilegiado, pero durante la segunda guerra mundial, su compromiso con la resistencia lo arrojó a la precariedad, y más tarde le condujo a la prisión y a la muerte. Escribió en 1943 : « Es una experiencia de valor incomparable haber aprendido de repente a mirar los acontecimientos de la historia mundial desde abajo, desde la perspectiva de los excluidos, de los sospechosos, de los maltratados, de la gente sin poder, de los oprimidos y los rechazados, en una palabra: de los que sufren.»
[16] Aunque, felizmente, se hacen hoy esfuerzos para sostener a las culturas amenazadas de extinción, es verdad que ninguna cultura se desarrolla en el aislamiento. En la hora de la mundialización, el mestizaje de culturas no es sólo inevitable, es una ventaja para nuestras sociedades.
[17] Un proverbio de Kenia recuerda: « No hay hombre que no pueda convertirse en huérfano. »
[18] Hermano Roger escribía en La Regla de Taizé (1954): « La burla, ese veneno de una vida común, es pérfida porque mediante ella se lanzan presuntas verdades que no se tiene el valor de decirlas a la cara. Cobarde, porque arruina la persona de un hermano ante los demás.»