Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente. (Sal 72,7)
Una vez más, estos días de la Navidad nos invitan a dirigir nuestra mirada, y contemplar a la familia de Nazaret en Belén, donde Dios se hace humano, en un pequeño pueblo de Judea, en un pobre establo, entre animales. Un nacimiento que pasó desapercibido en aquel lugar, apenas unos pastores que guardaban ganado en los campos limítrofes, hombres sencillos descubrieron este acontecimiento que cambiaría la historia de la humanidad.
Jesús viene a nuestro mundo a abrirnos las puertas al encuentro con Dios, a reconciliarnos con el Dios Trinidad y a invitarnos a trabajar por su reino de paz y justicia. Pero, cada día quedamos más sorprendidos por la multitud de conflictos a lo largo y ancho de nuestro mundo se suceden, por disputas territoriales, por razones étnicas, económicas o de cualquier naturaleza que, sin duda, comprometen el desarrollo de los pueblos y de las personas. En estos últimos meses quedamos impresionados por la guerra que se ha instaurado en la propia tierra donde Jesús nació y que causa dolor a miles de familias que se ven desplazadas, buscando alejarse de los lugares de conflicto, pero abocadas a la miseria, sin apenas recursos con los que cubrir sus necesidades básicas y con un futuro incierto.
Quizás en nuestro mundo hiperconectado y sobre informado, el nacimiento de Jesús sigue pasando desapercibido, no es noticia, como paso en Belén, lo mismo que decenas de guerras continúan causado tanta muerte y dolor y ni siquiera sabemos que están sucediendo en este momento. Este desconocimiento nos hace que vivamos la natividad de Jesús desde lo externo, las luces, las celebraciones, pero sin profundizar en que supone su nacimiento para cada uno de nosotros y para nuestro mundo, una navidad que no nos transforma, sino que nos sigue adormeciendo.
Pero, tenemos que despertar de esa somnolencia, de ese duerme vela que nos paraliza, y tenemos que descubrir la verdadera alegría del nacimiento de Jesús, como lo hicieron aquellos pastores de Belén, que dejaron todo para descubrir a Dios en la ternura de un niño, en la sencillez de la familia de Nazaret, una familia que había dicho SI a Dios en la anunciación a María o en el sueño de José, a pesar de no saber cómo todo esto iba a suceder, pero fiándose de Dios.
Desde esta contemplación orante del niño de Belén, de ese SI personal a Dios, sigamos pidiendo para nuestra Tierra “que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente” y seamos cada día, en nuestra relaciones, generadores y trasmisores de la paz y la concordia que Jesús trae al corazón de todo ser humano; que siempre busquemos lo que nos une y acojamos siempre la diferencia como una riqueza a respetar en nuestros hermanos y hermanas.
¡¡¡Feliz Navidad a todos!!!
Luis Jesús García-Lomas – España
Miembro del Equipo de Comunicación Internacional