¡Casi todos los grandes acontecimientos comienzan con un sueño!
El inicio de nuestra historia está marcado por el sueño universal y cósmico de nuestro querido Buen Padre.
Con el sueño de extender y fortalecer la fe en todos los ambientes, un grupo de audaces hermanas trajeron el Carisma de la Sagrada Familia a la Argentina, abriendo una comunidad, en Juan José Castelli, en junio de 1971.
Seis años más tarde, en abril de 1977, se abre una nueva comunidad, en Quitilipi, con apenas dos hermanas: Teresa Riega y Emilia Fernández a las que más tarde se sumaron otras.
La primera misión de esta comunidad era acompañar la pastoral rural, la pastoral del barrio en el que estamos insertas, y la colonia aborigen.
En su recorrido por el campo, visitando las familias campesinas, las hermanas constataron que la mayoría de las jóvenes mujeres, al terminar la educación primaria, no tenían otra salida más que permanecer en el campo y casarse a temprana edad. Los varones tenían la opción de venir, en bicicleta, a la ciudad a estudiar.
Así fue que las hermanas, en diálogo con las familias, comenzaron a soñar con una Residencia donde las jóvenes de bajos recursos, pudieran alojarse
Con su generosidad, característica, la Congregación de los Franciscanos, Orden de frailes menores, donaron el terreno para la Residencia.
La primera idea fue que las hermanas ofrecerían la casa y el acompañamiento y las familias debían proveer los alimentos.
Así funcionó por un corto periodo de tiempo. Pero las dificultades en poder cubrir la alimentación crecían, por lo que la Señora Elena Tercich, bien conocida por su gran corazón solidario y que en ese momento trabajaba en el Ministerio de bienestar Social, propone que se solicite a dicho Ministerio el aporte de las raciones alimenticias para el sustento de las jóvenes. Así se hizo y así seguimos hasta hoy, aunque con una complejidad cada vez mayor en cuanto a las exigencias administrativas del actual ministerio de Desarrollo social.
El sueño de poder realizar los estudios secundarios y terciarios, en algunos casos, se fue completando con el de una formación integral, ofreciendo talleres de costura, yoga, karate, actividades de cuidado de la naturaleza. Recibiendo catequesis, formación bíblica, participando de retiros y misiones pastorales. Haciendo deporte y celebrando la vida también en comunión con la residencia de varones.
En estos últimos años se fortalecen las clases de apoyo escolar debido a los múltiples paros docentes, para que las jóvenes no pierdan este precioso tiempo sin seguir su proceso de aprendizaje.
A veces hay que hacer de enfermera, consejera, psicóloga, cocinera y hasta de niñera, pues algunas jóvenes han tenido su bebé viviendo en la residencia.
No es fácil acertar con los criterios más convenientes para crear un clima de libertad unido al de la responsabilidad y la seguridad, tratándose de 30 adolescentes con sus diferentes historias y modos de vida. Por eso tratamos de estar en diálogo con la familia e ir buscando juntos lo que más conviene, con aciertos y desaciertos que se van evaluando.
El 18 de agosto celebramos 35 años de vida de esta Residencia “Sagrada Familia”, a la que invitamos a las jóvenes y hermanas que fueron parte de este sueño.
Muchas jóvenes han pasado y siguen pasando por esta casa contagiándonos de su alegría, moviendo nuestros corazones para estar a la escucha honda de sus necesidades, no siempre fáciles de detectar, por los cambios culturales, familiares, su ubicación en relación a las redes sociales, etc.
Esta celebración nos hizo tomar mayor conciencia de que, aunque a veces, pareciera que no hay logros, sin embargo, las experiencias compartidas de las que hace muchos años pasaron por aquí nos ayudaron a evaluar con optimismo los frutos de este ministerio.
Algunos expresiones recogidas:
Pasar cinco años de mi adolescencia en esta casa me abrió la única posibilidad que tenia de estudiar y abrirme un futuro diferente.
Aprender a convivir con otras, a compartir, a perdonarnos, a reírnos juntas, me permitió crecer como mujer y formar la familia que hoy tengo.Gracias a la formación cristiana que recibí en la residencia hoy soy animadora de dos comunidades rurales, lo que me hace muy feliz. Aquí aprendí a soñar y a luchar por esos sueños.
¡Gracias hermanas por tanto que nos han dado!
Esta celebración también nos confirmó sobre la necesidad de favorecer los encuentros. ¡La alegría de estas mujeres de reencontrase después de quizás 30 años era incontenible!
Nos confirmó, también, sobre la necesidad de celebrar la historia, retomarla, sacar experiencia y sobre todo hacer fiesta porque hubo mucha vida entregada y muchas semillas sembradas, germinaron y se hicieron un gran árbol que hoy cobija otras vidas.
¡El sueño de nuestro Buen Padre se sigue concretando en el amor cotidiano!
Hnas: Zulema FRANK y Teresa BECK,
Cdad. de Quitilipi, Chaco, Argentina