Desde la primera aprobación papal de las Constituciones de la Sagrada Familia, con fecha 18 de diciembre de 1903, reafirmada en 1988, es tradición renovar nuestros votos en esa fecha...
¿Cuál es el significado de este gesto? ¿Significa mucho para las que ya son "profesas perpetuas", o para las que están al principio de su vida religiosa, que renuevan sus votos anualmente...?
La respuesta a esa pregunta depende, por supuesto, de cada una de nosotras - sin embargo, podríamos reflexionar en que esta tradición nos une a las que nos han precedido... es un acto corporativo... No sólo renuevo los votos en presencia de mi comunidad, sino en unión con todos los miembros del Instituto... es un acto de pertenencia y de fidelidad.
La Sagrada Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares ha publicado recientemente un documento titulado "El don de la fidelidad, la alegría de la perseverancia". Su principal objetivo es mirar las causas de las deserciones de la Vida Religiosa, pero aquí me gustaría citar algunos breves párrafos que hablan de la fidelidad:
La fidelidad está inscrita en la identidad profunda de la vocación de los consagrados: está en juego el sentido de nuestra vida ante Dios y la Iglesia. La coherencia de la fidelidad permite apropiarse y volver a conquistar la verdad del propio ser, es decir: el amor de Dios.
La fidelidad y la coherencia a la causa de Cristo no son una virtud instantánea. Requieren una profunda conciencia de las implicaciones humanas, espirituales, psicológicas y morales de la vocación a la vida consagrada. La causa de Dios trasciende, interpela e invita a decidirse y dedicarse al servicio del Reino de Dios. En este servicio, las convicciones personales y los compromisos comunitarios son un don que se experimenta en la gracia de la conversión.
Los consagrados, hombres y mujeres de discernimiento llegan a ser capaces de interpretar la realidad de la vida humana a la luz del Espíritu y así escoger, decidir y actuar conforme a la voluntad divina.
Un camino de fidelidad en la perseverancia exige mirar con realismo y objetividad la propia experiencia de persona consagrada sin cerrar los ojos ante la aparición de problemas o de dificultades. Una persona consagrada en un camino de fidelidad auténtica, lee y discierne su propia historia y se interroga, ante todo, sobre la fidelidad del amor.
Disciplina su propia vida para no privar de sentido el cuidado de la interioridad; acoge el don de la gracia divina, promesa y prenda de nuestro permanecer en su amor.
Lo que permite permanecer en el amor de Jesús es la observancia de sus mandamientos, la escucha dócil de su palabra. Esta escucha cambia el corazón de los discípulos: de un corazón de siervos hace un corazón de amigos y les establece en una relación auténtica y duradera con Jesús.
De los votos para la Misión:
Nuestra consagración, al igual que la de todos los bautizados, es una llamada al servicio de la Misión. Nuestra opción de vivir los votos de celibato, pobreza y obediencia, en el contexto de la vida religiosa cristiana, es una expresión de nuestra pasión por el proyecto que Dios tiene en el mundo. Al responder libremente y llenas de fe a llamada de Dios al seguimiento de Jesús, nos comprometemos con una manera particular de amar, de vivir la libertad y la justicia en y a través de la comunidad.
Y las Constituciones que celebramos nos dicen:
A lo largo de nuestra vida, es la fidelidad de Dios la que sostiene la nuestra; es en la llamada de Dios, constantemente renovada, en la que confiamos para sostener nuestra respuesta diaria....
Que este Adviento nos permita a todos encontrar y compartir la luz y la esperanza en esta época oscura.
Eithne Hughes
Rome.