Jesús lloró

Una imagen que recientemente me ha impresionado mucho es la de Jesús llorando. En los Evangelios encontramos varias veces a Jesús llorando. Cuando contemplaba la ciudad de Jerusalén dijo llorando: "Si también tú conocieras hoy lo que conduce a la paz” (Lucas 19, 41). Lloró por la muerte de su amigo Lázaro y por el dolor que su muerte ocasionó a sus hermanas, María y Marta. (Juan 11,35). Lloró por la traición de Judas: "Judas, ¿con un beso, traicionas al Hijo del Hombre?" (Lucas 22,48).

No hay duda de que Él sigue llorando por nuestro mundo, donde cientos de miles de personas están desplazadas, huyendo de la guerra, la destrucción y la muerte; donde los niños pequeños son abusados ??y mueren de hambre y crecerán sin haber experimentado una infancia segura y protegida; donde las bombas llueven a diario sobre poblaciones inocentes, destruyendo sus casas y masacrando a sus seres queridos. Ciertamente, Jesús llora. ¿Lloramos nosotras? ¿Podemos dejar de llorar? Cuando vemos las terribles imágenes en las pantallas de televisión y leemos desgarradores relatos en los periódicos, nos preguntamos: "¿Qué podemos hacer?" Jesús respondió al joven en el Evangelio, que hizo la misma pregunta: "… anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres… y sígueme." (Mateo 19, 21). ¿Qué hemos de "vender" para seguir a Jesús y construir la comunión entre nosotras y entre los que nos rodean? ¿Qué tenemos que dejar fuera para detener la violencia?

Podemos hacer muy poco para detener las bombas que caen sobre las poblaciones inocentes, pero el seguimiento de Jesús modela nuestras vidas y podemos detener la violencia que logra colarse en nuestros propios corazones. Podemos poner fin a las pequeñas, pero dolorosas maneras de actuar, con las que causamos dolor. Podemos hacer un compromiso negándonos a agregar más sufrimiento al que ya existe en nuestro mundo. Eso sí que lo podemos hacer. La imagen de Jesús llorando nos recuerda que Él ama a cada uno de nosotros. Sufre cuando traicionamos nuestra llamada a vivir y promover la comunión; cuando no somos capaces de "practicar la entrega gozosa de nosotras mismas, la aceptación incondicional, la atención, el diálogo, el perdón y las relaciones genuinas" (Carta de Ana María-febrero 2016).

Tal vez, si contemplamos el llanto de Jesús, vamos a dar la espalda a todo lo que está destruyendo la comunión entre nosotras. Que las lágrimas de Jesús fundan nuestros corazones y nos muevan a ser mejores. Si contemplamos el Jesús que llora, podemos cambiar  y  resucitar con Jesús a una nueva forma de vida, con un compromiso renovado para vivir "como testigos visibles y proféticos de la misericordia de Dios en la Iglesia y en el contexto del mundo en que vivimos" (Carta de Ana María-febrero 2016).

Gemma

(Líder de la Unidad de Gran Bretaña/Irlanda)