EUCARISTÍA Y ECOLOGÍA
(Denis Edwards)
En qué manera temas ecológicos, como por ejemplo el cambio climático, afectan nuestras celebraciones de la Eucaristía? ¿Cómo el culto eucarístico está relacionado con acciones ecologistas y con las formas de vivir? ¿Qué quiere decir vivir una vocación ecologista ante el Dios de Jesucristo? ¿Cuál es la relación entre la práctica ecologista y la espiritualidad cristiana? En este último capítulo trataré de contestar a estas preguntas, primero acogiendo algunas sugerencias para una teología ecológica de la Eucaristía y de ahí algunas sugerencias sobre la espiritualidad y la práctica.
Hacia una Teología ecológica de la Eucaristía
La propuesta que aquí presentamos es que, cuando los cristianos se reúnen para la Eucaristía, llevan a la mesa la Tierra y todas sus criaturas y de alguna forma todo el universo. Exploraré esta propuesta a lo largo de cinco etapas: la Eucaristía considerada como el ascenso de toda la creación, como memoria viva de la creación y de la redención a la vez, como sacramento del Cristo cósmico, como participación de todas las criaturas de Dios en la Comunión de la Trinidad, como antelación de la participación de todas las criaturas de Dios en la vida de la Trinidad y como solidaridad con las víctimas del cambio climático y de las otras crisis ecológicas.
La elevación de toda la Creación
Igual que muchos teólogos ortodoxos, él ve a los seres humanos como si fueran llamados por Dios para ser “sacerdotes de la creación.” Distingue este papel sacerdotal de las ideas expiatorias del sacerdocio que él relaciona con la teología romana católica medieval. Él considera a cada persona bautizada como llamada a ser, igual que Cristo, un ser plenamente personal. Eso implica ser relacionales en lugar de cerrados en sí mismos, capaces de salir de sí mismos para abrirse a los demás, en lo que él llama ek-stasis. Las personas son siempre estáticas, en el sentido de que adquieren la esencia de persona solamente en comunión con los demás. Los seres humanos son individuos relacionales. Su vocación es la de relacionarse a Dios, a los demás y a las otras criaturas de Dios de forma muy personal. Según Zizioulas, la humanidad y el resto de la creación adquieren plenitud en la vida de Dios mediante cada individuo.
Cuando las personas van a la Eucaristía, llevan a la mesa eucarística los frutos de la creación, y de alguna manera la creación entera. En la Eucaristía, la creación asciende a Dios bajo forma de ofrenda y de acción de gracias. Los dones de la creación se presentan a Dios y se invoca al Espíritu para que transforme esos dones, igual que a la asamblea reunida, en el Cuerpo de Jesucristo. El ejercicio de este sacerdocio no está limitado a las personas ordenadas, sino que es el papel dado por Dios a todos los fieles. No está limitado a las celebraciones litúrgicas sino más bien debería cubrir la vida entera. Debe involucrar todas las interrelaciones humanas con el resto de la creación.
La memoria viva de la Creación y de la Redención a la vez.
El concepto de anamnesis es fundamental para la teología eucarística. Esta palabra griega se puede traducir con memorial o simplemente memoria, pero pienso que la traducción mejor sería memoria viva. En cada Eucaristía, recordamos los acontecimientos de nuestra salvación en Cristo, de tal manera que resulten presentes a nosotros de forma poderosa aquí y ahora y de forma que anticipen la transformación de todas las cosas en Cristo. Esta forma de memoria no solamente remite al pasado sino que actúa con fuerza en el presente y abre hacia el futuro de Dios. En la Eucaristía, la comunidad cristiana se centra de forma espontánea en la muerte liberadora y en la Resurrección de Cristo, sin embargo lo que a menudo se olvida es que cada Eucaristía es un memorial de acción de gracias a Dios por su labor de creación y por su redención.
Hace tiempo Louis Bouyer hizo notar que las primeras oraciones eucarísticas cristianas tuvieron sus orígenes y sus modelos en las formas de rezar de lo judíos usadas en las sinagogas y sobre todo en las casas, sobre todo durante la comida de Pascua. Estas oraciones empiezan con la bendición de los dones de la creación. Se basan en la memoria de la labor de Dios y en la acción de gracias por la misma que involucra tanto la creación como la salvación. Zizioulas hace notar lo mismo, insistiendo en que todas las antiguas liturgias eucarísticas empezaban con la acción de gracias por la creación y de ahí seguían con la acción de gracias por la redención en Cristo, y todas ellas se centraban en la elevación de los dones de la creación al Creador.
Cuando vamos a la Eucaristía, nos llevamos a las criaturas de la Tierra. Recordamos al Dios que ama a cada una de ellas. Nos entristecemos por los daños que les ocasionamos. Sentimos con ellas. Podemos empezar a aprender los valores y actitudes de los que habla Zizioulas, valores que producen una distinta forma de actuar.
Recordamos la vulnerable condición de la comunidad de la vida en la Tierra hoy y se la llevamos a Dios. El misterio de Cristo celebrado en cada nuestra Eucaristía abarca todo esto. En la gran doxología al final de la oración eucarística, nosotros elevamos la creación entera, mediante, con y en Cristo, “en la unidad del Espíritu Santo”a la eterna alabanza y gloria de Dios”.
El Sacramento del Cristo cósmico
El Cristo que encontramos en la Eucaristía es el resucitado, él en el cual todas las cosas fueron creadas y en el cual todos somos reconciliados (Col 1,15-20). La eterna sabiduría de Dios y su plan para la plenitud de los tiempos es “reunir todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, bajo un solo jefe, que es Cristo”(Ef 1,10). Incluso cuando, en la Eucaristía, el centro del memorial está en la muerte y resurrección de Cristo, esta memoria no nos aleja de la creación, al contrario, nos involucra directamente en ella. Nos pone en relación con la tierra y con todas las criaturas.
Cuando recordamos la muerte de Cristo, recordamos a una criatura de nuestro universo, que forma parte de la interconectada historia de la evolución de nuestro planeta, que ofrece libremente su entera vida y su existencia personal en el misterio de un Dios que ama. Cuando recordamos la resurrección, recordamos una parte de nuestro universo y una parte de la historia de nuestra evolución elevada hacia Dios mediante el Espíritu. Eso es el comienzo de la transformación de toda la creación en Cristo. La Eucaristía es el símbolo y el sacramento del Cristo resucitado que es el principio de la transfiguración de todas las criaturas en Dios. Comiendo y bebiendo en su mesa, participamos del Cristo resucitado (1 Co 10,16-17).
La materia entera es el lugar de Dios. Todo está divinizado. Todo está transformado en Cristo: “Mediante tu propia encarnación, Dios mío, a partir de ahora toda la materia es encarnada”. Por eso, la Tierra, el sistema solar y el universo entero se convierten en el lugar para el encuentro con el Cristo resucitado: ”Ahora, Señor, mediante la consagración del mundo, la luminosidad y el perfume que invade el universo asumen para mí cuerpo y facciones - en ti.”
Participar, con todas las criaturas de Dios, de la Comunión de la Trinidad.
Cada Eucaristía es un acontecimiento escatológico, o sea es un acontecimiento del Espíritu que anticipa el futuro cuando todas las cosas se unirán en la Comunión divina. La Eucaristía es profundamente trinitaria. Nuestra comunión eucarística, nuestra comunión unos con otros en Cristo es siempre un compartir y un probar la divina comunión de la Trinidad, en la cual todas las cosas serán transfiguradas y encontrarán su eterno significado y su verdadera casa. Esta comunión trinitaria que nosotros compartimos, es el origen de toda la vida en la Tierra; es lo que hace capaz una comunidad viva de aparecer y de evolucionar; y de formas que van más allá de nuestra imaginación y comprensión, es lo que hará alcanzar la plenitud de todas las criaturas de nuestro planeta, y todas las maravillas de nuestro universo. Cuando participamos en la Eucaristía, probamos con antelación la plenitud de todas las cosas elevadas a la vida eterna de la Trinidad.
Eso quiere decir, según dijo Tony Kelly, que el “momento más intenso de nuestra comunión con Dios es al mismo tiempo un intenso momento de nuestra comunión con la tierra”. A través de nuestra elevación a Dios, quedamos atrapados en el amor de Dios para las criaturas de nuestra comunidad planetaria. Eso empieza a determinar nuestra imaginación ecológica: “ La Eucaristía educa la imaginación, la mente, y el corazón a percibir el universo como un universo de comunión y de conexión en Cristo”. En esa imaginación eucarística, pueden tomar forma una especial visión ecológica y un compromiso. Con ese tipo de imaginación que trabaja en nosotros, podemos ver a las otras criaturas de la Tierra como nuestros familiares, como profundamente enlazados con nosotros en una sola comunidad de vida terrestre ante Dios. Podemos empezar a ver de forma crítica- ver más claramente lo que le está ocurriendo a la Tierra. Somos llevados a participar de los sentimientos de Dios hacia las formas de vida de nuestro planeta. Una auténtica imaginación eucarística conduce a unos valores, a una cultura y a una acción ecologistas.
Solidaridad con las Víctimas
La Eucaristía siempre supone el recuerdo de la cruz. El teólogo Johannes Metzhabla habla de eso como de una memoria “peligrosa”. La cruz de Jesús es un reto que se cumple en todo tipo de complacencia antes el sufrimiento de los demás. Lleva a los que sufren al verdadero centro de la fe cristiana. Ella cuestiona justificaciones interesadas e ideológicas de las miserias de los pobres y de las víctimas de las guerras de la opresión y de los desastres naturales. La resurrección ofrece una visión dinámica de la esperanza para los que sufren en el mundo, y sin embargo no embota su recuerdo. Ellos están siempre presentes, para siempre representados en las heridas del Cristo resucitado.
La Eucaristía, memoria viva de todos los que sufren, llama a la comunidad cristiana hacia una nueva solidaridad tanto con todas las víctimas humanas como con los animales y las plantas que destruidos o amenazados. La solidaridad implica un compromiso personal y político en las dos estrategias que se han identificado como respuestas al cambio climático: la atenuación de efectos y la adaptación. Adaptación significará reorganizar la sociedad, planear presupuestos a la espera de desastres ecológicos, formar al personal y asignar recursos. En particular eso implicará también, por una cuestión de justicia, la hospitalidad a los refugiados ecologistas.
Cuando nosotros los cristianos australianos nos reunimos para las celebraciones eucarísticas, lo hacemos en solidaridad con los cristianos que se reúnen para la Eucaristía en Kiribas, en Tuvalu y en Bangladesh. Nos reunimos en solidaridad con los que comparten otras formas de fe religiosa en el Pacífico, en el sureste de Asia, en África, y en todas las regiones de nuestra comunidad global.
Rezamos en solidaridad junto a la comunidad global, a fin de que la Eucaristía, que nos lleva a la paz y a la comunión con Dios, pueda “hacer avanzar la paz y la salvación del mundo entero” (Tercera Oración Eucarística). Seguimos comprometiéndonos en el seguimiento de Cristo, en vivir valores, un estilo de vida, una política y una acción ecológicas, como personas de la esperanza pascual.
Encontramos a Jesús, en todo el amor sanador, liberador que sale de su vida y de su muerte y conocemos una vez más su presencia de resucitado que transforma todas las cosas desde el interior. Bajo el poder del Espíritu, la asamblea se hace una cosa sola en Cristo, en comunión con Dios que no tiene fronteras, y que, al contrario, consigue amar a todas las criaturas de Dios. Cada Eucaristía nos llama a la conversión y a la acción ecológicas.
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