¡Qué cambio! Cuando pienso en nuestra instalación –dice la Madre Natividad Trimoulet- Era el 4 de noviembre de 1831, viajamos por la mañana y llegamos a las cinco de la tarde. Era de noche y cuando encendimos la vela descubrimos que había telas de araña. La casa estaba casi en ruinas, y para soportar los rigores del invierno, dedicamos el recreo a recoger piñas y hacíamos montones para calentarnos. Enseguida plantamos judías y patatas. Ahora se necesita más y más comodidad. Dicen que es necesario adecuarse a las nuevas normas.
-Pero –interrumpe la Madre Saint Bernard- la propiedad está cada a vez más bonita, y veo que las hermanas no han olvidado el deseo de nuestro Buen Padre: “Ánimo, hijas mías, plantad, ordenad, engalanad esta querida Solitude para mis hijas del porvenir, así agradaréis a vuestro Buen Padre”.
-Tampoco han olvidado la finalidad de esta casa que fue siempre un lugar de renovación. Me gusta la manera como la formulan actualmente. Y creo que nuestro Buen Padre se reconoce hoy en sus hijas: “Ofrecer a todos un “hogar” en el que la puerta se abre hacia un gran jardín sagrado donde brota una fuente: el espíritu de solo Dios.
Cada uno podrá apagar su sed, obtener una energía nueva e irradiarla.