Era una tarde de invierno como otras, el tiempo era un poco sombrío, no tenía muchos compromisos y me recosté sobre el sofá para descansar un cuarto de hora. Después de unos minutos me invadió el sueño y me encontré en una carpintería, ¡era de veras un sueño? Había algo raro, mis trajes no eran los que normalmente llevo, vestía como un ciudadano de Palestina de hace 2.000 años.
De repente aparece, un personaje, que yo conocía: San José. No podía entender lo que me estaba pasando. Dejó a un lado sus herramientas, ce acercó a mí y empezó a hablarme, con toda confianza de lo que pasó cuando se dio cuenta que María estaba esperando un niño que no era suyo. . Él no dudaba de ella pero estaba muy confundido. En ese momento se revelaron sus límites, su naturaleza humana, el esfuerzo inmenso que tuvo que hacer, para entender un misterio tan grande. Esos límites hicieron que yo me sintiera muy cerca de él, a su manera de ser y de pensar.
Fue en ese momento que se le apareció un ángel diciéndole que debía aceptar al Hijo de Dios. Él, humilde carpintero, tenía que administrar la salvación del mundo, en la sencilla vida cotidiana.
También me dijo él que se sentía muy cerca de mí, a mis preocupaciones, a mi miedo de no llegar a pagar los impuestos para poder mantener la casa, al sufrimiento que acompañaba al trabajo, la relación con la familia, y muchas otras cosas. Después, mirándome a los ojos me aconsejó que confiase siempre a María, que asombrosamente se llama lo mismo que su esposa, todos los problemas y que pusiésemos todo en la manos del Padre.
Con una voz, que infundía seguridad, me recomendó vivir siempre con alegría pensando pensando en todos los sufrimientos que vivieron en Nazaret, porque ellos habían aprendido a ser felices con las pequeñas cosas que se puede conceder una familia pobre, haciendo, de la voluntad del Padre, toda su riqueza.
Cuando me desperté percibí, claramente, la exhortación que me hizo el Fundador cuando entré en la Sagrada Familia de Burdeos y me puse en las manos de Jesús, María y José: “…sentir la fuerza de la Familia, la unión en la oración y en las obras, en extender la fe con el ejemplo…”
Hoy siento mucha alegría, en aquel momento, cuando alguien me dijo: “…tendrás que se cómo San José…” sentí consternación. Ahora que desde hace 20 años estoy aspirando a ser como él, intentando practicar las virtudes de las que nos ha dado ejemplo con gran humildad, mi esperanza es que la luz divina ilumine siempre mis pasos, dirigiéndolos a lo esencial, a la sobriedad, humildad y siempre al servicio de los hermanos que lo necesitan.
Enzo
Asocidto laico de la Santa Famiglia di Bordeaux-Italia