Responder a los nuevos desafíos de la evangelización.
Una preocupación central del Papa Francisco es que la Iglesia, y especialmente las personas consagradas, no estén preocupadas por sí mismas, sino que salgan y vayan con los pobres y marginados de la sociedad. Cuanto más avanzamos en edad, mayor es el peligro de centrarnos en nuestras propias preocupaciones y sufrimientos. Sobre todo es importante mantenernos despiertas al mundo que nos rodea, atrevernos a vivir nuevas formas de evangelización y que nuestra oración y acción permanezcan orientadas hacia el Reino de Dios.
“Espero de vosotros, además, lo que pido a todos los miembros de la Iglesia es: salir de sí mismos para ir a las periferias existenciales. «Id al mundo entero», fue la última palabra que Jesús dirigió a los suyos, y que sigue dirigiéndonos hoy a todos nosotros (cf. Mc 16,15). Hay toda una humanidad que espera: personas que han perdido toda esperanza, familias en dificultad, niños abandonados, jóvenes sin futuro alguno, enfermos y ancianos abandonados, ricos hartos de bienes y con el corazón vacío, hombres y mujeres en busca del sentido de la vida, sedientos de lo divino...” … “Nunca hay que perder impulso en los caminos del mundo, porque la conciencia de estar en camino -incluso si se anda con pie incierto y casi temblando- es mejor que la parálisis del confinamiento en los propios problemas y en la búsqueda de seguridad…”.
“…Sois levadura capaz de producir un buen pan para todos los que padecen gran hambre: tenéis el oído abierto ante las necesidades, los deseos, las desilusiones, las esperanzas... Al igual que los que os precedieron en vuestra vocación, vosotros también podéis dar a los jóvenes una nueva esperanza, ayudar a los viejos, abrir caminos de futuro, difundir amor por todas partes y para todos… “
“ …Sois como antenas, sensibles a la gestación de la novedad que inspira el Espíritu Santo, podéis ayudar a las comunidades eclesiales a tener esa mirada fresca y mirar con valentía las nuevas formas de llegar a todos…”
“…La pasión misionera, la alegría del encuentro con Cristo, que os empuja a compartir la belleza de la fe con los demás, evitará el riesgo de encerraros en el individualismo…”
“…La eficacia apostólica (de la vida consagrada) no depende de la eficiencia o el poder de sus medios. Es su vida la que debe hablar, una vida que brille con la alegría y la belleza de vivir el Evangelio y seguir a Cristo. La verdadera fe siempre produce un profundo deseo de transformar el mundo. La pregunta que debemos hacernos es la siguiente: ¿Tenemos el impulso que nos dan las grandes visiones? ¿Tenemos audacia? ¿Tenemos sueños ambiciosos? ¿Nos quema el celo?
• ¿Dónde vemos las nuevas exigencias de evangelización? ¿Qué oportunidades tenemos para responder?
• ¿En qué medida las necesidades de las personas y del mundo que nos rodea forman parte de nuestra oración personal y comunitaria?