Dolors Massot | Abr 19, 2020
Si perdemos la paz al llenarnos de mensajes cada día, hay algo que puede ayudarnos a ser dueños de nosotros mismos.
La pandemia del coronavirus nos obliga, en muchos países a estar alerta. Para evitar el contagio masivo, numerosos gobiernos han decretado el estado de emergencia y obligan al confinamiento en nuestras casas.
De la noche a la mañana, nos hemos encontrado entre cuatro paredes, sin poder salir al exterior salvo excepciones y con un peligro sanitario que nos hace estar en alerta.
Hipnotizados ante la pantalla
El número de muertes tan alto y tan sorprendente ha hecho que nos hayamos quedado pegados a la pantalla casi tanto como nos ocurrió el 11-S. Los atentados de las Torres Gemelas de Nueva York crearon una sensación tan potente en nosotros que nos “hipnotizaron” ante la televisión.
Ahora puede ocurrir algo similar: nada más levantarnos, conectamos con la radio o la televisión para conocer cómo está nuestro país, seguimos con los informativos, las ruedas de prensa de las autoridades, las tertulias políticas, los programas “magazine”…. El consumo de televisión y otras pantallas ha subido estratosféricamente desde que comenzó la pandemia.
El coronavirus se ha apoderado de la comunicación.
¿Necesitamos tanta conexión?
Con la restricción de nuestras actividades, el peligro de la pandemia y la necesidad de conocer la situación de nuestro entorno y cómo evoluciona la pandemia, puede ocurrir que nos encontremos continuamente pendientes de alguna pantalla.
A la información se une la comunicación a través del whatsapp y las redes sociales. Hay un bombardeo que no distingue entre memes, información contrastada, bulos, “fakes”, rumores, humor, sentimientos, actividad laboral diferente, etc… Todo llama la atención y estamos atentos a todo “por si es de interés”.
Angustia y desesperanza
Aunque nos mueve el instinto de supervivencia, sin embargo, al cabo del día -o al cabo de unas semanas- hacemos balance y nos damos cuenta de que el cúmulo de mensajes de todo tipo nos genera estrés, nos fatiga la cabeza, nos hace perder el tiempo y -lo que es peor- nos lleva a la desesperanza.
La vida se nos ha alterado y perdemos la paz
Todo este conjunto de situaciones puede hacer que nuestras 24 horas sean trepidantes. Al final del día, vemos que hemos ido al galope, despejando balones y con el agua al cuello para llegar a todo. Pero por el camino, hemos perdido la paz.
¿Saturados? Hay que retomar el control
Prestar atención sin control a cualquier acontecimiento tiene su lado negativo. Nos puede llevar a la saturación, al cansancio y la desesperanza. Estamos llenos de datos pero perdemos las riendas de nuestra vida.
Ir a lo esencial
Para que esto no ocurra, vale la pena tener en cuenta una cuestión fundamental: ¿cuál es mi propósito de vida?
Hay que hacer un esfuerzo por enfocar mi pensamiento y poder reflexionar sobre mi razón de ser. Pongámoslo por escrito o grabémonoslo a fuego en el alma. Para eso tenemos una herramienta excelente: la inteligencia y la voluntad. Ellas están por encima del mero instinto de supervivencia y hay que ponerlas a trabajar.
A partir de que hayamos recordado cuál es nuestro propósito de vida, podremos examinar si nuestra jornada va encaminada a ese objetivo o nos hemos despistado.
El activismo es una forma de materialismo
Tal vez en tiempos de cuarentena nos hayamos metido de lleno en la acción. A pesar de que el espacio es más restringido, es fácil caer en el activismo. Hacer, hacer y hacer, gestionar, cambiar, adecuar… todos son verbos de acción. Si nos quedamos en ese plano, el activismo es una forma clara de materialismo.
Hay materialismo si hay consumismo. Y ahora tal vez no consumimos productos materiales pero sí consumimos en exceso ideas, información, entretenimiento, ocio…
Dar valor trascendente a nuestro día
La situación cambiará radicalmente si a esa acción continua en nuestro día a día le damos a partir de ahora valor trascendente. ¿Cómo hacerlo? Sencillamente atendiendo a nuestra propia naturaleza humana, que tiene una dimensión espiritual.
Cada hecho material puede lograr en nosotros un trazado espiritual: podemos conectar con Dios mientras teletrabajamos, ayudamos a los niños en las tareas escolares, cocinamos o limpiamos. La presencia de Dios puede ser un contínuo, porque Él está siempre pendiente de nosotros y porque podemos ofrecerle todo, nuestras 24 horas. “Dios anda entre los pucheros”, decía santa Teresa. Y hoy anda entre los papeles, los mails, el móvil, el microondas, las sábanas y los juguetes de los niños.
Volveremos a la calma
Que yo llene mi vida de comunicados, whatsapps, noticias y memes es moverme solo en el plano material, pero si ahí busco a Dios, también Él me ayudará a distinguir lo urgente de lo importante. No todo lo urgente y novedoso merecerá que le haga caso de inmediato. Bajaremos el ritmo de deseo de datos.
Cuando dejamos entrar a Dios en nuestra vida, Él nos ayuda a encontrar la medida de las cosas: qué valor le tengo que dar a cada una de ellas, qué necesidad tengo de estar informado, cuándo detecto que la curiosidad o la superficialidad me pueden, cuándo me domina la vanidad en un selfie…
Un parón para hablar con Dios
En esta situación de cuarentena que fácilmente provoca la sobreinformación y la saturación, hacer un parón al día -o en varios momentos- para dedicarlos a la oración, nos ayudan a resetear, a retomar el volante y ajustar el rumbo de nuestra vida.
La paz uno se la gana batallando, pero esa batalla puede ser tan pequeña como decidir claramente: “ahora apago la televisión” o “cierro el móvil por un rato”.
Escuchar a Dios para ser dueños de nosotros mismos
En ese momento, elevar la mente a Dios y hablar con Él, escucharle en nuestro interior, es algo sencillo pero muy grande que nos devuelve a un paisaje distinto: es lo que nos devuelve el equilibrio, la esperanza y la fortaleza para ser dueños de nosotros mismos también durante la cuarentena, aunque las circunstancias sean difíciles.