Cruzando a la otra orilla: la Esperanza supera la comodidad...

Este año, nos sentimos conmovidos con una sola palabra que resuena en toda la Iglesia: ESPERANZA. Durante el Año Jubilar, estamos llamados a vivir como peregrinos de la esperanza, redescubriendo una virtud que da sentido a nuestra fe y valor a nuestra misión.

Pero ¿qué es esta esperanza que la Iglesia celebra con tanta intensidad? Es más que optimismo o ilusión. La esperanza es una perspectiva confiada y espiritual del cumplimiento de las promesas de Dios, arraigada en la fe en Cristo y su Resurrección. Nos da fuerza en las pruebas, nos sostiene en el sufrimiento y nos mantiene firmes en la convicción de que el amor y la vida triunfarán sobre el pecado y la muerte. La esperanza es un estado del corazón, fundado no en las circunstancias, sino en la fe. Como nos recuerda San Pablo: “La esperanza no defrauda, ​​porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones”.

Abrir nuestros corazones a la esperanza

En nuestra comunidad de la Casa General, estas palabras han cobrado vida en lo cotidiano. Hemos visto cumplidas las promesas de Dios cuando le hemos abierto nuestros corazones, a Él y a los demás. Este año, nuestra experiencia de esperanza encontró su expresión más hermosa al acoger a la Iglesia Joven en nuestro hogar, durante el Jubileo de los Jóvenes (del 25 de julio al 9 de agosto). Fue un tiempo lleno de alegría, oración y renovación, un encuentro vibrante con una nueva generación de creyentes, llenos de vida y fe. Vinieron de España, Perú, Lesoto y Polonia, compartieron con nosotras cantos, bailes, risas y oraciones. Nos transmitieron luz, energía y esperanza, recordándonos que la fe que atesoramos seguirá floreciendo cuando nosotras nos hayamos ido.

Esta experiencia fue una respuesta concreta a la llamada del Capítulo General de 2021: “… salir de nuestra zona de confort y cruzar a la otra orilla”. Al mismo tiempo, las palabras del Papa Francisco … “¡Levántense del sofá!” … resonaron en nosotras. Y eso fue lo que hicimos. Dejamos de lado nuestras vacaciones y abrimos nuestras puertas para acoger a peregrinos de esperanza. Algunos días, recibimos hasta treinta personas en nuestra casa. Les ofrecimos nuestro tiempo, nuestra escucha atenta y nuestro amor. Compartimos sus alegrías, sus reflexiones e incluso su cansancio tras largas jornadas de celebración y oración. En su compañía, redescubrimos que la verdadera esperanza no nace de la comodidad, sino del encuentro.

En esta experiencia jubilar nos ha conmovido también la perseverancia de los participantes mayores que, a pesar de la enfermedad o la fragilidad, caminaban con alegría por las concurridas calles de Roma, incluso con muletas. Su valentía fue un testimonio vivo de que todo es posible con Dios.

Abrir nuestra casa no fue    simplemente un acto de hospitalidad; fue una peregrinación del corazón. Podríamos haber optado fácilmente por la comodidad, pero decir que sí nos transformó. Nuestro hogar se convirtió en un lugar de oración, risas y encuentro de fe. No fue solo hablar de esperanza, la vivimos.

Jubileo de la Vida Consagrada

Nuestro camino de esperanza continuó durante el Jubileo de la Vida Consagrada, que tuvo lugar del 8 al 12 de octubre de 2025. Recibimos en la Casa General a hermanas de Polonia, Francia y Madagascar.

Más de 16.000 personas consagradas de casi 100 países se reunieron en Roma, formando un vibrante mosaico de fe y devoción. Entre ellas había religiosos y religiosas, monjes y contemplativos, miembros de institutos seculares, consagrados del Orden de las Vírgenes, ermitaños y representantes de nuevas formas de vida consagrada. Todos participamos en este magnífico, profundo e histórico acontecimiento con todas nuestras fuerzas.

Este jubileo, organizado por el Dicasterio para la Promoción de la Evangelización y el Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada, se inauguró con una peregrinación que pasó la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro, poderoso símbolo de gracia y renovación. El día estuvo lleno de oraciones, himnos y reconciliación, marcando el inicio de una   semana de reflexión y encuentro. La vigilia de oración inicial, presidida por el Cardenal Ángel Fernández Artime SDB, se centró en la esperanza en el sufrimiento, la paciencia en la vida cotidiana y la misión como forma de vida. En su homilía, encomendó la vida consagrada a María, imagen viva de la fe, la esperanza y la paz.

Al día siguiente, el Papa León XIV celebró la Eucaristía en la Plaza de San Pedro, invitando a todos los consagrados a vivir las Bienaventuranzas y la llamada del Evangelio, a pedir, buscar y llamar: pedir con humildad, buscar la santidad y llamar realizando un servicio con amor.

A lo largo de la semana, la ciudad de Roma se convirtió en un vivo testimonio de esperanza. Las Comunidades se reunieron para orar, compartir y conectar en torno a los temas de fraternidad, escucha y cuidado de la    creación. El cardenal George Jacob Koovakad, presidió la Eucaristía en el Aula Pablo VI, donde la hermana Simona Brambilla MC ofreció una hermosa imagen: la vida consagrada como un yobel, que es un instrumento de viento cuyas múltiples notas crean una sinfonía de esperanza. Actuaciones artísticas y testimonios celebraron la alegría de la misión y la  unidad. El padre Giacomo Costa SJ, invitó a todos a   pasar del “yo” al “nosotros”, acentuando la importancia de la comunión sobre el individualismo. Más tarde, el papa León XIV nos recordó que la sinodalidad -caminar juntos y compartir la propia vocación- es la expresión viva de la esperanza de la Iglesia.

El último día se dedicó a la paz. El cardenal Ángel Fernández Artime exhortó a todos a ser “profetas de la   esperanza y portadores de agua viva”. La hermana Teresa Maya CCVI, alentó la creación de comunidades compasivas y no violentas al servicio de los marginados. Los talleres de mediación y diálogo ofrecieron comportamientos concretos de vivir la paz en el día a día.

Para concluir la celebración del Jubileo, los participantes se reunieron en la Basílica de San Pablo Extramuros, donde aproximadamente 4.000 consecrados renovaron sus   votos, comprometiéndose a caminar como “peregrinos de la esperanza por el camino de la paz”. La Hermana Brambilla   concluyó con estas conmovedoras palabras: “Emprendamos, peregrinos de la esperanza, el camino de la paz, llevando con nosotros la experiencia vivida y compartiéndola con todos aquellos con quienes nos encontremos”.

La esperanza que transforma

Este Jubileo ha revelado que la vida consagrada -arraigada en la esperanza y comprometida con la paz- tiene el poder de renovar comunidades e inspirar al mundo. La esperanza no es espera pasiva, sino confianza activa. Nos impulsa a salir de nuestras zonas de confort para encontrarnos con los demás, a ir más allá de nuestros límites para tender la mano a los demás. Es la valentía de cruzar a la otra orilla, donde Dios nos espera con nuevas posibilidades. Como peregrinos de la esperanza, seguimos caminando juntos, con el corazón abierto y las manos dispuestas a servir. Que el Dios Trino nos guíe por los caminos de la   esperanza y la paz, para que la gracia recibida renueve la Iglesia y el mundo.

 

   

 

Sr. Barbara SYGITOWICZ

Generalate local community, Rome