SER MISIONERAS SIEMPRE Y EN TODO LUGAR…

Después de 46 años de trabajo misionero en África, cuando regresé, me sentí como extraña en mi propio país.

Hoy, a mi edad, todavía quisiera ser útil donde pueda. Hablar con mis Hermanas en mi comunidad me ayudó a encontrar oportunidades para lograrlo. Cerca de nuestra casa está el "Centro Social Vicentino", que ofrece acogida caritativa. Es una asociación de servicio social, sin ánimo de lucro,  para acoger a personas enfermas, en gran desamparo o sin hogar.

Allí pueden ducharse, afeitarse, tomar un café e incluso un desayuno libre, llevarse un paquete de ropa. Lo más interesante es el "tejido" de relaciones entre ellos, los voluntarios y yo. Aceptaron mi ofrecimiento y me dieron la tarea de hablar con las personas que llegan al centro. Sentarme en la misma mesa, charlar y pedirles noticias es un grato gesto de igualdad para estas personas cuya dignidad está herida. Por mi parte, conozco algo de su mundo y quiero ser una oyente atenta y liberadora,  a pesar de mis limitaciones. Como Jesús, que se dejaba atraer por los pequeños, por los pobres de corazón, que no tenían nada. Compartir  en las calles que nos rodean:

Cada vez que hablo con una persona pobre, es una confrontación y me siento en deuda con ella. Sabemos que los alimentos no consumidos acaban en la basura, muchas veces los pobres vacían las papeleras por la noche en busca de comida o cualquier otra cosa que necesiten. Las Hermanas de mi comunidad observaron que había comida tirada en la basura del restaurante frente a nuestra casa. Acordamos con el dueño del restaurante recoger al final del día lo que no se vendía (que iba a la basura) para repartirlo entre los pobres. Por la noche, recojo las sobras y luego las Hermanas me ayudan a prepararlas cuidadosamente. Al día siguiente salgo con el carro a buscar amigos por las calles de nuestro barrio. Es una relación de amistad que trato de tener con estas personas. Al hacer la pregunta "¿Has desayunado?", el diálogo continúa, la amistad se fortalece y tengo la impresión de haber ganado un hermano o una hermana.

Uno de ellos es polaco, triste porque dormía bajo el frío de la columnata del Vaticano y le robaron ocho veces las mantas. Para venir a mendigar, arrastraba su maletín con sus pocas pertenencias; caminaba con dos muletas. Quería una cama y un lugar para ducharse. Intenté ayudarlo, pero sin éxito.

Pensé que sería mejor preguntarle al capellán del Papa en el Vaticano, y me respondió amablemente. Agradezco su disponibilidad, porque  a los dos minutos estábamos frente a este señor, el pobre hombre le explicó su caso en polaco porque monseñor es polaco. Acordaron trasladarlo cerca de la Estación Tiburtina a un centro donde también hay atención médica. Nos hicimos grandes amigos. Vuelve a mendigar; pide  pan, dice lo que necesita. No hay nada más hermoso en el mundo que hacer feliz a alguien con pequeñas cosas.

El primer martes de cada mes, soy voluntaria con las Hermanas de Santa Teresa de Calutta en el Vaticano, que albergan entre 15 y 20 mujeres sin hogar. Ayudo a preparar las comidas. Después, me reúno con las mujeres y paso tiempo hablando con ellas. A veces, la Embajadora ofrece comidas que ha preparado maravillosamente. Es un placer ver esta procesión de mujeres con ropa elegante sirviendo sus deliciosas comidas con tanto refinamiento, es una fiesta para todos.

Hermana Franca Leone

Via dei Gracchi, Italia, Roma