11 Febrero día mundial del enfermo
“Nacemos con una enfermedad mortal que se llama vida”. Esa frase atribuida a la actriz francesa Jeanne Moreau, está cargada de sentido común. No se puede justificar la indiferencia ante las personas enfermas. Y mucho menos, el desprecio. A veces miramos a los enfermos como si nunca nos hubiera de tocar estar en su situación.
Con una cierta picardía escribía ya Aldous Huxley: “La investigación de las enfermedades ha avanzado tanto que cada vez es más difícil encontrar a alguien que esté completamente sano”.
Eso es verdad, sobre todo a la luz de la fe. En el santuario de Lourdes nos impresiona un estribillo que se repite por los altavoces durante la procesión sacramental: “En Lourdes, el enfermo soy yo. Señor que yo vea”.
Precisamente el día 11 de febrero, memoria de la Virgen María de Lourdes, se celebra en la Iglesia la Jornada Mundial del Enfermo. Durante años, esa convocatoria nos ha ayudado a descubrir a las personas que sufren. Y también a poner en marcha en nuestras diócesis y parroquias la Pastoral de la Salud.
En su encíclica “Salvados en esperanza”, el papa Benedicto XVI afirmaba que “lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito”.
En ese proceso de aceptación e integración de la enfermedad todos tenemos una parte importante. En el mensaje que ha escrito para esta Jornada del Enfermo, el Papa evoca la parábola del Buen Samaritano que prestó atención al hombre medio muerto al borde del camino. Y repite las palabras finales con las que Jesús se dirigía al doctor de la Ley que le preguntaba quién era su prójimo: “Vete y haz tú lo mismo”.
“Con estas palabras –añade- se dirige también a nosotros. Nos exhorta a inclinarnos sobre las heridas del cuerpo y del espíritu de numerosos hermanos y hermanas que encontramos en los caminos del mundo; nos ayuda a comprender que, con la gracia de Dios, acogida y vivida en la vida de cada día, la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento se puede convertir en escuela de sufrimiento”.
La Iglesia lleva dos milenios atendiendo a los enfermos de forma personal y mediante instituciones que han aceptado esta vocación y este carisma. En estos tiempos las estructuras sanitarias han cambiado notablemente. Sin embargo, como dice el Papa, hoy “se advierte más todavía la exigencia de una presencia eclesial atenta y capilar junto a los enfermos, así como de una presencia en la sociedad capaz de transmitir de modo eficaz los valores evangélicos para tutelar la vida humana en todas sus fases, desde su concepción hasta su término natural”.
Mantener una presencia afectiva y efectiva junto a los enfermos forma parte de la misión de la Iglesia y de cada cristiano. ¡Todo un desafío para la coherencia de nuestra fe!
José-Román Flecha Andrés
http://revistaecclesia.com/content/view/15371/76/
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