El Espíritu es el Espíritu del Padre y del Hijo. No existe por sí mismo ni separado de ellos. (...)
Aunque actúe escondido, somos capaces de reconocerle por sus dones de: “amor, alegría, paz, paciencia, bondad, generosidad, benevolencia, fe, mansedumbre y dominio de sí” (Gál 5, 22-23).
Donde encontréis esos dones, habréis descubierto la presencia del Espíritu. Él es quien crea en nosotros un espacio y modela nuestros corazones para que puedan habitar en ellos el Padre y el Hijo.
El Espíritu se nos ha dado
El Espíritu se nos ha dado plenamente. El Padre y el Hijo se dan sin restricción ni condiciones. Sabiéndolo, nos cabe la esperanza de que el misterio sombrío de la historia humana, tendrá un fin feliz. (...)
El Espíritu es discreto, retraído y apacible. Su misión es más interior que externa. Su papel, el de impresionarnos y llevarnos a tal armonía con él que al final no exista más que un espíritu, espíritu de amor y de mutua aceptación entre todos nosotros.(...)
El Espíritu en el mundo
El Espíritu quiere mostrarnos la belleza del Hijo y la ternura del Padre. Tiene también que rendirles cuentas de la realización de la obra de nuestra Salvación: reunir a la humanidad entera en una comunidad de amor. Es pura energía, trabaja infatigablemente y cuenta con infinitos recursos. Actúa en el corazón de todos los seres humanos, en los que conocen a Dios y en los que no le conocen. Su fin: conducirnos a la intimidad en esa “compañía” con las tres Personas divinas. Se afana en el mundo, desde sus orígenes, porque el mundo ha estado siempre protegido con amor en el corazón de Dios. Conmovió los corazones de Abrahán, Moisés y todos los profetas.(...)
Se afana por formar en nosotros el espíritu y las actitudes de Jesús, inspirándonos los actos de amor que siguen la línea del Evangelio. Así, nos conduce siempre a la Mesa y nos lleva ante el Padre y el Hijo.
Oración
El Espíritu es el centro de nuestra oración. Está siempre en nosotros. Nuestros corazones son esencialmente lugares de oración donde el Hijo y el Espíritu responden sin cesar al amor del Padre. Mientras hacemos lo que podemos para orar, el Espíritu Santo está ya orando sin cesar en nosotros. Esa oración es nuestro tesoro. Nos seduce el canto que el Hijo y el Espíritu dirigen al Padre. Lentamente, mientras vamos madurando a lo largo de los años, comprendemos cada vez mejor su melodía y la hacemos nuestra. El Espíritu Santo nos permite decir “Abba” “Padre”, y la capacidad de llamarle Padre es un don maravilloso porque significa que estamos integrados completamente en la relación familia trinitaria.
Extracto de "Love Beyond All Telling"
de Brian Grogan, sj. & Una o'Connor