Al entrar en el tiempo de Adviento, nuestros corazones están turbados por las tragedias de nuestro tiempo. En efecto, los dramas de los emigrantes que perecen en el mar, el ascenso de la extrema derecha en nuestras democracias, caracterizada por el rechazo de la diversidad y del universalismo, así como los conflictos, las catástrofes naturales y la pobreza, sumen a muchos en la angustia. Como consecuencia, este contexto de miedo y vulnerabilidad lleva a algunos a pensar que «Dios está lejos» o que «la vida ya no tiene sentido». Sin embargo, el Adviento nos llama a la esperanza. Por eso se nos invita a plantearnos algunas preguntas esenciales: ¿cuándo volveremos a encontrar la seguridad? ¿Quién nos protegerá del mal? ¿Quién nos ayudará a renovar nuestras fuerzas para afrontar las transformaciones de este mundo?
Una llamada a la esperanza
Frente a estas incertidumbres, el Adviento nos invita a convertirnos en peregrinos de la esperanza. Como creyentes, tenemos la gracia de discernir destellos de esperanza en medio de la oscuridad. El Papa Francisco, en su bula para el Año Jubilar titulada Peregrinos de esperanza, nos exhorta precisamente a eso: «Debemos mantener encendida la llama de la esperanza y hacer todo lo posible para que todos encuentren la fuerza y la certeza de mirar al futuro con mente abierta, corazón confiado e inteligencia clarividente» (Vatican.va). Esta exhortación coincide también con el espíritu de fe del padre Pierre-Bienvenu Noailles, que escribió en una carta: «Bienaventuradas las almas que aprovechan las pruebas para amar y temer sólo a Dios... ¿Quién nos quitará a nuestro Dios? Y con Él, ¿por qué temer?» (Carta a Mme Machet, 4 de marzo de 1827). Estas palabras nos recuerdan que, incluso en la adversidad, la esperanza nos permite caminar con Dios.
Con esta perspectiva, los textos de los domingos de Adviento C nos acompañan en este camino de esperanza.
- Para comenzar, el primer domingo nos invita al valor y a la fortaleza ante las dudas y los contratiempos, asegurándonos que Dios no nos abandonará.
- A continuación, el segundo domingo nos exhorta a no ceder a las preocupaciones, dándonos remedios para superar las pruebas, como la oración, el amor, la rectitud y el discernimiento vividos con alegría.
- Por otra parte, el tercer domingo se centra en la alegría, la verdadera alegría que proviene de saber que Dios actúa en nuestras vidas.
- Por último, el cuarto domingo nos llama a la esperanza, siguiendo el ejemplo de María e Isabel, que creyeron firmemente que «nada es imposible para Dios» (Lc 1,37). De hecho, su confianza total en el Señor les abrió las puertas de la salvación al acoger al Salvador, fuente de luz y de esperanza.
Con este espíritu, nuestra responsabilidad como portadores de esperanza adquiere todo su sentido. Estamos llamados a traducir esta dinámica espiritual en acciones concretas al servicio de la misión de Dios.
Nuestra responsabilidad como portadores de esperanza
En el Consejo de Familia celebrado en Martillac en agosto de 2023, se identificaron tres prioridades para avanzar en comunión o sinodalidad. En primer lugar, profundizar y vivir la dimensión sinodal del carisma de la Sagrada Familia. En segundo lugar, necesitamos trabajar creativamente con los jóvenes. Por último, es crucial proteger la red de la vida reconociendo su valor sagrado. Estos compromisos reflejan nuestra responsabilidad colectiva en la misión de Dios hoy, haciendo del Adviento un «tiempo propicio» para la renovación y el compromiso.
Primeramente, vivir la dimensión sinodal de nuestro carisma requiere una conversión interior, pasar del «yo» al «nosotros». En este sentido, implica oración sincera, escucha atenta y atención a las vulnerabilidades, al tiempo que se promueve la corresponsabilidad mediante un liderazgo participativo. Además, es imperativo mejorar la comunicación interna y externa, en particular a través de herramientas digitales, para construir una comunidad solidaria y activa.
En segundo lugar, trabajar con los jóvenes requiere una sensibilidad especial para escucharles, entender su lenguaje y organizar iniciativas que les impliquen plenamente. Además, apoyarles en su vocación, ofreciéndoles al mismo tiempo un futuro inspirador a través de nuestro testimonio, refuerza esta misión.
Por último, proteger la red de la vida significa respetar y preservar a cada ser conforme a la voluntad de Dios. Para ello es necesario que todos los miembros se comprometan a adoptar un estilo de vida responsable, ecológico y respetuoso de la dignidad humana. Para ello, es esencial educar y sensibilizar a las comunidades, inspirándose en particular en textos de la Iglesia como Laudato Si', que llaman a una profunda conversión ecológica. Sin embargo, este enfoque requiere un cambio de mentalidad, que anime a todos a transformar su estilo de vida en una relación armoniosa consigo mismos, con los demás y con la naturaleza. En efecto, en un contexto lleno de desafíos, nuestra delegación puede verse confrontada a una diversidad de acciones que emprender, respondiendo al mismo tiempo a la necesidad crucial de promover esta transformación.
Construir una comunión solidaria
El Adviento nos invita a encarnar estos compromisos en nuestra vida personal, comunitaria y social. Como nos recordaba Pierre-Bienvenu Noailles: «Hablemos siempre favorablemente de quienes nos persiguen, devolvamos bien por mal... Pronto alcanzaremos nuestra meta» (Carta a Madame Machet, 13 de marzo de 1827). A través de nuestros actos de fe, solidaridad y comunión, podemos transformar nuestras comunidades en lugares de esperanza y de luz, respondiendo a la llamada de Dios al mundo.
Padre Pascal DJEUMEGUED
Sacerdote asociado, Camerún